domingo, 26 de noviembre de 2006

Iniciando depresión de domingo por la tarde (pido disculpas por el bajón)

Extraño a papá mucho más de lo que esperaba. A pesar de todo. Leo los diarios íntimos de mi adolescencia cuando estaba enojada con él y con el mundo y siento que pasó tanto tiempo…veo todo nublado, como si fuera parte de una pesadilla o una película de la época dorada de Hollywood.

¿De verdad se fue mi papá? De a ratos me cuesta creerlo. Y quiero llamarlo para saber cómo puedo viajar a cualquier lado o ir a su casa y leerle la sección policiales o las noticias del diario sobre Boca. Y cuando me doy cuenta de que eso jamás volverá a pasar, siento un nudo que sube desde el estómago hasta la garganta y explota en un llanto contenido. Como si no quisiera llorar. Como si me avergonzara que alguien me descubriera llorando.

Estos últimos años compartidos con el viejo, borraron los rencores, esfumaron las huellas del pasado. Las marcas de esa historia conflictiva entre padre e hijas; de esa familia que se hablaba a los gritos y que criticaba todas sus decisiones. Papá estuvo lejos de ser el padre perfecto. Muy lejos. Pero intentó remediarlo. Y por suerte lo pude perdonar. Porque a pesar de todo, hoy sólo guardo buenos recuerdos. Esas anécdotas que lo convertían en un tipo apasionante y que me llenan de orgullo.

El viejo no pasaba inadvertido. Y no me refiero sólo a su tamaño. Era un tipo para amar u odiar. Para mantener largas conversaciones, para salir a comer un buen asado o para putear por su poco sentido del tacto o su postura inquebrantable. Sin embargo, también tenía gestos de una generosidad desmesurada. A pesar de su ideología absolutamente cuestionable (Perón, perón, que grande sos o Nunca estuvimos mejor que con Menem) mi viejo tenía unos valores propios de otra época: La palabra valía tanto o más que un contrato firmado ante escribano público.

Un tipo que -con suerte- pudo terminar la primaria, pero que gozaba de una inteligencia admirable, con una habilidad para los cálculos mentales o una memoria prodigiosa que más de un estudiante de historia hubiera envidiado. Un tipo ambicioso y a la vez soberbio que se creía el dueño de la verdad, que no daba nunca el brazo a torcer, que jamás admitiría una equivocación y cuya mala suerte en los negocios era directamente proporcional a su contextura física.

Un tipo que podía ser tan hijo de puta cuando estaba enojado!!! Que con una mirada te mandaba a cagar y con un golpe de puño en la mesa te exigía silencio. Metía miedo. O eso creía él. Yo nunca le tuve miedo porque me parecía que esa era la única manera que tenía de ejercer su autoridad. Ese mismo tipo, después se derretiría con sus nietos, los comería a besos, les compraría golosinas y los satisfaría en sus gustos dentro de sus posibilidades. Y era increíble pensar que se trataba del mismo tipo. Pero ERA el mismo tipo nomás.

El mismo tipo que quiso burlarse de su enfermedad y que decía “de algo hay que morir” sin sospechar que el camino sería tan pero tan doloroso. Pero de algo sirvió tanto sufrimiento, creo. Porque al final de los tiempos, cuando la meta ya estaba próxima, ese tipo – mi viejo- pudo reencontrarse con aquellos a quienes más quiso. Y lo demostró como pudo, con su simpleza, con esa distancia tan característica suya, tratando de que no se le notara que se estaba despidiendo, que se estaba quebrando. Papá no me dijo que me quería, pero yo siempre lo supe. En definitiva yo me parezco bastante a él, aunque no quiera aceptarlo. Porque yo tampoco pude decirle cuánto lo quería. Y no pude decirle cuánto lo iba a extrañar. Aunque esto último creo que ni yo me lo imaginaba.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Philippe Noiret



La primera vez que vi Cinema Paradiso tenía 14 y lloré como una marrana durante los últimos 45 minutos de la película. La segunda, tercera y cuarta vez lloré desde el principio porque sabía lo que iba a pasar. Las siguientes veces -no las tengo contabilizadas, pero fueron más de 15- lagrimeé bastante aunque sin tanta congoja.

El viejo Alfredo interpretado por Philippe Noiret fue uno de los personajes cinematográficos que más me marcó en mi adolescencia. Me hubiera gustado tener un abuelo como él. Mi abuelo era tano también, pero se murió cuando yo era chiquita y no lo recuerdo andando en bicicleta. Adopté para mi vida varias de las frases que Alfredo le dejó a Totó como legado ( "El progreso siempre llega tarde")y también me enojé con él: nunca comprendí por qué le exigió a Salvatore que jamás retornara a su pueblo.

Disfruté de Noiret/actor en muchos otros films hablados en francés (su idioma natal) o en italiano (el idioma que lo consagró) y siempre entregó una labor que bordeaba la excelencia. Incluso en El cartero, quizás su actuación más conocida en -para mí- una película no tan buena.

Murió el jueves 23 de noviembre.Tenía 76 años y una curriculum que incluía más de 120 películas, otras tantas obras de teatro y dos premios Cesar por sus actuaciones en El viejo fusil (año 1976) y La vida y nada más (año 1990, de Bertrand Tavernier, casi casi su director fetiche)

Hay una vieja canción que Enrique Pinti escribió para Salsa Criolla que dice:
"Pasan los años, pasan los gobiernos,
los radicales y los peronistas,
pasan veranos, pasan inviernos,
quedan los artistas..."
A veces dudo de su certeza, pero no en este caso. Estoy convencida de que Philippe Noiret seguirá vivo mientras alguien continúe disfrutando de su obra.

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viernes, 24 de noviembre de 2006

Hoy vi El ilusionista y me decepcioné bastante con la actuación de Edward Norton...más que cine, sus apariciones, parecieron un ensayo teatral. La historia es muy pobretona y el desenlace se adivina hacia la mitad de la peli.
Sólo se salva Paul Giamatti. Un intocable: cada día me gusta más ese tipo. Qué suerte que le llegó su momento de lucirse.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Muy Breve

La vida me pasa por arriba y yo no encuentro tiempo para escribir en este bendito blog. Pero mientras tanto les dejo un título que es prácticamente obligatorio en la cartelera cinematográfica actual.

Vean LOS INFILTRADOS. No sólo el cast es tentador. La peli se ve de un tirón a pesar de sus más de dos horas y media de duración. Y se disfruta. Incluso cuando corre sangre.

Ampliaremos.