Este es un relato breve que escribí para un ejercicio de Estilos Literarios en mi primer año de la facultad. Lo reencontré en plena mudanza y decidí compartirlo sin tocarle ni una coma, aunque - claramente- le cambiaría muchas, muchas cosas. Les pido mil disculpas.
La vida de Graciela y Oscar era un oasis: vivían tranquilos,
sin mayores sobresaltos, sin sorpresas. Económicamente todo funcionaba de
maravillas porque el negocio marchaba bien. Ellos no tenían problemas o, al
menos, eso aparentaban. La realidad era bien diferente.
Oscar y Graciela no peleaban, eS cierto, pero porque ya no
tenían nada que decirse. Él la ignoraba por completo, la rechazaba, la
despreciaba con todas sus ganas, y Graciela se sentía muy humillada. Le daba lástima su situación, pero permanecía
atada a la comodidad que ofrece una economía holgada.
Con el tiempo, la lástima se convirtió en rencor y el rencor
en un odio genuino y profundo que la llevó a tener los más sucios, terribles y
crueles pensamientos. A Graciela se le ocurrían una y mil maneras de acabar con
Oscar sin resignar su dinero y, mientras esperaba dar con la idea más brillante
y acertada, dedicaba varias horas de sus
días a “herir” todas y cada una de las fotos de su marido. Lo hacía en el
sótano, el único ambiente de la casa al que Oscar no entraba. Allí, en ese
espacio que sentía verdaderamente propio, Graciela jugaba a algo parecido al
tiro al blanco: cuchillos, clavos, tenedores, cortaplumas, todo elemento
punzante del que disponía lo lanzaba hacia las fotos… y seguía pensando. Esa
era su terapia, la única manera de desahogar la ira acumulada durante años de
maltrato.
Algún día, Oscar terminaría tan despedazado como aquellas
fotos.
1 comentario:
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