jueves, 18 de marzo de 2010

¿Están todos bien?


Hace rato que está científicamente comprobado que un gran casting no garantiza una gran película. Que Robert De Niro esté en casi el 100% de Están todos bien es una prueba más es ello. Y ni la frescura que siempre llega con mi adorada Drew Barrymore, logra quitarle un poco de drama.

La historia es triste de entrada. Frank (De Niro), es viudo, jubilado y tiene un problemita respiratorio que salta a la luz en los primeros minutos. Quiere dejar todo impecable para una reunión familiar con sus exitosos hijos, como habitualmente hacía su mujer, pero con distintas excusas ellos le cancelan uno a uno. Entonces, emprende una especie de road movie por Estados Unidos para visitarlos, sorprenderlos y descubrir que las cosas no están tan bien como creía.

Están todos bien es la remake de Stanno Tutti Bene, una comedia divina que en el '90 protagonizó Marcello Mastroianni. Pero a Están todos bien, no le queda ni una pizca de comedia. Es la típica historia para llorar desconsoladamente. Es triste y previsible. Es sacar los trapitos al sol de unos hijos que mienten; un poco para no preocupar al padre, otro poco porque temen decepcionarlo... Es que, parece, Frank les exigió toda la vida que fueran los mejores, y soportó un trabajo tóxico para pagar sus estudios y que se conviertan en artistas, directores de orquesta o dueñas de una agencia de publicidad... pero las apariencias engañan.


A mí la película me parece un ni. Me hizo llorar a lo loco (¿cuestión hormonal, tal vez?), pero el desarrollo de la historia no me dejó del todo conforme. Creo que el recurso de los niños - no entro en detalles para no quitar sorpresa - en un momento está justificado; pero más adelante es totalmente inverosímil. Y creo también que - a pesar del abuso de carilinas, las lágrimas derramadas y la empatía con ese padre ausente que busca un lugar en la vida de sus hijos- este film pasará sin pena ni gloria.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cómo viví el Oscar para El secreto de sus ojos


Casi como un gol de Argentina en la final de un Mundial. Así grité el Oscar para El secreto de sus ojos. La noche se había hecho larga, hasta el momento no había habido ninguna sorpresa y la buena dupla que formaron los maestros de ceremonia Alec Baldwin y Steve Martin no alcanzó para ponerle pimienta a la ceremonia. Pero cuando vi a Pedro Almodóvar sobre el escenario y entendí que el momento había llegado, me puse tan nerviosa como en una definición por penales. No dudaba de los méritos de la película de Campanella, un tipo entrañable con el que crucé algunas palabras en el último Festival de Cine de Mar del Plata, cuando – entre otras cosas – le agradecí por El mismo amor, la misma lluvia, una de mis películas favoritas. No dudaba de su película porque es realmente buena, porque está impecablemente filmada y cuenta una historia que abarca todos los géneros: hay suspenso, romance, comedia. Le sacó el bigote a Francella y encontró un gran actor dramático. Le puso canas a Pablo Rago, que dejó de ser un galancito, y lo dirigió en una de las mejores escenas del cine que vi en mucho tiempo (cuando habla por teléfono con la madre del asesino de su mujer). No demostró nada nuevo con Darín, porque es Darín y ya no tiene nada que demostrar, pero también le dio una oportunidad distinta a José Luis Gioia y pantalla grande a Don Carlos, el del aviso de la AFIP.
Campanella es conocido y respetado en Estados Unidos, país en el que se formó, filmó Ni el tiro del final y consiguió apoyo para la segunda (El mismo amor…). Allí también dirige cada tanto algún episodio de Dr. House o La Ley y el orden. Y el premio lo entregaba alguien de habla hispana (como cuando Norma Aleandro entregó el de La Historia Oficial en el ’86). Digamos que había indicios y muchos a favor, pero la duda siempre estaba… hasta que Almodóvar lo dijo y todos los que aguantamos estoicamente hasta casi las 2 de la mañana cerramos un día de mucho nervio y emociones, un día prácticamente perfecto después de la victoria de Nalbandian en Suecia. Sólo faltaban minutos para la frutilla del postre: la noche en que una mujer (Kathryn Bigelow) ganó por primera vez un Oscar como Mejor Directora por Vivir al límite, justo cuando por acá empezaba el Día Internacional de la Mujer y justo frente a su ex marido, James Cameron, director de Avatar. Si eso no tiene gustito a revancha, ¿la revancha dónde está?